Darle la vuelta al shock (Olga Rodríguez)
Que no haya ningún lugar en el que cuando la gente muera nadie llore. Que no haya ninguna muerte sacrificada a los mercados. Más que nunca, defendamos la vida y el derecho a vivirla dignamente
Una amiga me envía un vídeo de la ciudad de San Francisco, en el que aparecen las calles más lujosas de la ciudad. En ellas se aprecia cómo las tiendas más caras han forrado sus escaparates con tablones de madera, cubriendo por completo sus cristales. "¿Qué están esperando?", se oye decir al autor del vídeo. "El capitalismo se amuralla", me dice mi amiga. El capitalismo se protege por miedo a la reacción de los más desfavorecidos, que en muchos casos se arriesgan a perder lo poco que tienen.
Hablo con una conocida de El Cairo. Lleva días recluida en casa. "Las calles no están vacías, algunas son bastante transitadas, de hecho", me cuenta. Veo varios vídeos que lo corroboran. Quienes viven al día no pueden permitirse quedarse en casa si quieren garantizarse algo de comida. Otros ni siquiera disponen de un hogar como tal.
Me escribe un conocido desde Irak. "Aquí no tenemos miedo a la muerte, estamos acostumbrados a ella", dice. "Su cotidianidad nos permite no temerla, nos protege frente al miedo", apostilla. Es probable que en realidad tema morir, como cualquiera. Pero entiendo qué quiere subrayarme: que esto es solo otro capítulo más en su historia de injusticias, tragedias y guerras acumuladas en los últimos años. Y quizá no el peor para ellos. El tiempo lo dirá.
Contacto con una chica siria que está en un campo de refugiados en Grecia. Lleva tiempo encallada en ese país, esperando poder recuperar su libertad para reunirse con una prima que vive en Berlín. "Ha habido muchos rumores, se decía que había muertos. Algunas personas que han dado positivo. Es imposible mantener la distancia mínima, vivimos hacinados, apelotonados. No tenemos mucha información".
En vez de desmantelar los campos de refugiados, -para dar una opción más segura a quienes allí habitan-, las autoridades están optando por aislarlos. Si lo que ocurre dentro de ellos es invisible, mejor. Aparecen nuevas fronteras dentro de nuestros propio continente. Las organizaciones de derechos humanos internacionales advierten de ello y recuerdan que para garantizar la salud hay que cuidar a todos.
A lo largo del planeta están surgiendo más territorios periféricos, áreas que pueden quedar fuera de los mapas, espacios en blanco donde habitarán los nadie. Y no será solo lejos. Hay espacios invisibles y perjudicados dentro del llamado primer mundo. En Estados Unidos, por ejemplo, las muertes por la Covid-19 están aumentando de forma alarmante entre la comunidad negra. "¿Por qué? Porque los daños crónicos de las prácticas discriminatorias, el racismo ambiental, la brecha de la riqueza, etc, son condiciones de salud subyacentes", afirmaba ayer Alexandria Ocasio-Cortez.
La lista de los territorios periféricos es larga, dentro y fuera de nuestras fronteras:
Personas migrantes, refugiadas, desempleadas de larga duración, precarias con trabajillos esporádicos, gente sin casas decentes. Víctimas de guerras, vendedores ambulantes que aceptan céntimos pero también trueque, o autónomos europeos que llevaban tiempo asumiendo catorce horas de trabajo diario y multitareas valiosas a cambio de pagos que no superan nunca las tres cifras y que ahora se reducen al "hazlo gratis" o al "ya te llamaremos cuando esto termine".
Personas asalariadas que en diversos países llegaban a duras penas a fin de mes y que ahora ven temporalmente reducido su sueldo en el mejor de los casos y son despedidas en el peor. Las medidas adoptadas en España nos libran de momento de esto último, pero, por más necesarias que sean, que lo son, ¿podrán evitar que en la segunda fase de esta crisis las empresas apelen a su pérdida de beneficios para impulsar despidos y mantener la bajada de salarios por el momento solo temporal?
Las decisiones que se adopten en el marco nacional, europeo y global en las próximas semanas y meses definirán nuestro futuro. Serán clave, decisivas, trascendentales. Determinarán si se apuesta por la coordinación internacional, por la solidaridad, por la cooperación transnacional o si, por el contrario, se defiende el repliegue, el sálvese quien pueda, la elevación de los muros y las desconfianzas.
También será imprescindible observar hacia dónde derivan las restricciones actuales en algunos países con gobiernos de tendencia autoritaria, que ya aprovechan este contexto para reforzar sus políticas represivas con la excusa del coronavirus. Pero no solo en esos lugares. Sabemos, por experiencia, que los retrocesos presentados como transitorios y necesarios suelen permanecer más allá del tiempo anunciado inicialmente. Ahí tenemos, por ejemplo, la Patriot Act estadounidense, con algunos artículos polémicos y abusivos mantenidos hasta hoy bajo el nombre de Freedom Act (2015).
Los estados ávidos de implantar mayores vigilancias querrán aprovechar este contexto para impulsar mecanismos de control de la población que coarten nuestra privacidad y libertad, con medidas desproporcionadas. Lo estamos viendo ya en países como Hungría, Filipinas o Israel, por citar solo algunos ejemplos.
Desde diversos sectores se defiende impulsar seguimientos continuos e incluso categorizaciones y privilegios en función de la productividad de los ciudadanos, con discriminación hacia los grupos desempleados o con trabajos infravalorados, labores que en muchos casos son fundamentales para el sostenimiento de la vida.
Hay que evitar esos posibles escenarios y para ello la segunda fase de esta crisis necesita afrontarse con responsabilidad social y solidaridad por parte de instituciones nacionales y organismos internacionales, de sindicatos, movimientos sociales, sociedad civil, periodismo, cultura. Toca darle la vuelta al shock, para tomar la dirección contraria al saqueo, para defender lo público, los derechos de todos, para evitar que haya lugares a los que no lleguen ni las ayudas ni los focos de atención.
Que no haya ningún lugar en el que cuando la gente muera nadie llore. Que no haya ninguna muerte sacrificada a los mercados. Ninguna política al margen de la ciencia. Ningún ser humano sin cobertura médica de calidad, sin vivienda, sin recursos. Nadie matándose a trabajar sin reconocimiento económico y social a su tarea. Nadie abandonado por no tener empleo. Más que nunca, defendamos la vida y el derecho a vivirla dignamente.
(El Diario)